|
||||||||||||
Según refiere la tradición, a orillas del río Chira en el sitio denominado Chocán, el indígena que era famoso y muy querido en el lugar, halló un pesado tronco de madera fina; él sintió curiosidad por el hallazgo y quiso saber qué clase de madero había descubierto, descargó el primer hachazo al tronco y cuán mayúscula fue su sorpresa al notar que brotaba un líquido rojo como la sangre. Presumiendo que podría tratarse de un milagro, relató con alegría lo ocurrido a todos. En el acto se dieron cita en el lugar de los hechos y cargaron con el pesado madero a una covacha cercana, esperanzados en que algún día Dios pudiera enviar un escultor que tallara una imagen del Señor Crucificado. Dios escuchó los anhelos de los habitantes y poco después apareció providencialmente por casa del buen indígena, un forastero de profesión escultor. A este, lo contrataron para que les haga la anhelada imagen, después de los arreglos convenientes, el desconocido escultor se encerró en una habitación y se puso manos a la obra, pero a condición de que se le deje trabajar con mucha tranquilidad y al margen de las miradas de los curiosos, prefería tomar sus alimentos que llevaba en su alforja. Como en el lugar la gente era muy obediente, nadie atrevió acercarse a curiosear, de modo que el forastero laboró tranquilamente. Transcurrido el tiempo de entrega de la obra, los interesados se dirigieron a la habitación del escultor, pero al ingresar al cuarto, no hallaron al artista, sino una conmovedora imagen de un CRISTO muriendo en la cruz. Su rostro era moreno, pero hermoso, lleno de dulzura y majestad y con toda una expresión poco común, parecía cosa del cielo. La noticia de este hecho se divulgó rápidamente por toda la comarca y todos acudían sin cesar a conocer la imagen. La conocieron y amaron y luego como es natural lo extrajeron de allí momentáneamente e iniciaron la construcción de una capilla de barro y paja donde las buenas gentes empezaron a rendirle culto. Después de algunos años empezaron a celebrarle con pompa su festividad y la devoción al Cristo se acrecentó en los más apartados ámbitos del Perú colonial. Según el informe del ínter de la parroquia de Querecotillo, Hilario Molina en 1860, el ilustrísimo Obispo de Trujillo del que dependía la Provincia de Piura, fue en el año 1700 en que el indígena del Pueblo de Chocán estableció definitivamente la romería al Cristo de la Buena Muerte de Chocán, en un sector de la hacienda Poechos por lo cual se le conoció o bautizó con el nombre de Chocán en honor a ese pueblecito de la Provincia de Ayabaca, de donde era oriundo el fundador de la romería en el siglo XVII. “El indígena”, invitaba a los colonos de la hacienda Huangalá y de otros lugares del Valle de Chira para que contribuyeran con sus limosnas a la celebración de las festividades que por aquella época tenían lugar en el mes de octubre y en la víspera de la Navidad hasta el 28 de Diciembre. Un recogimiento grande se descubría fácilmente en las primeras romerías del Señor de Chocán. Las autoridades de Querecotillo, en unión con el sacerdote visitaron el caserío de Chocán y quedaron maravillados al contemplar la belleza y perfección de la sagrada escultura. Consideramos algo indecoroso venerar tan preciosa imagen en ese aislado campo, dichas autoridades ordenaron su traslado a Querecotillo. Dice la leyenda, que cuando por primera vez se pretendió alzar al Cristo Crucificado, fue tan grande su peso que hizo desistir su propósito a quienes lo intentaron, consiguiendo su traslado después de muchos años a la iglesia en la que hoy se venera. Grandes penalidades tuvieron que pasar los querecotillanos para llevarse la imagen. Primero, porque los chócanos se resistieron a que se les despojase de tan preciado legado de Dios; segundo, porque éste cuantas veces se le quiso trasladar a su nueva morada, (Iglesia de Querecotillo) reapareció en su humilde capilla. Finalmente, sucumbió a los horrores de un incendio mandado producir según versiones antojadizas por las mismas autoridades de Querecotillo. (cuentan que quien quemó la capilla murió). Sólo así se pudo lograr que la Sagrada Efigie quedase definitivamente en el lugar que se deseaba. Siendo trasladada la imagen a Querecotillo, en 1712 cuando era ya un vicariato se iniciaron las celebraciones con gran pompa en la Iglesia San Francisco Javier de Querecotillo. Desde entonces la organización se hizo para dos festividades anuales; la del 25 de diciembre y la del dos de febrero. No obstante, la del dos de febrero se celebraba en el mes de octubre y la segunda en diciembre. Posteriormente la de octubre se cambió para el dos de febrero, según se cuenta a pedido de los devotos coincidiendo con un milagro, esto originó el “Día de la Candelaria”. El día dos de febrero hubo una fuerte lluvia en el preciso momento que la sagrada imagen salía en procesión, atendiendo los ruegos que hacían sus devotos pidiendo lluvias para una mejor agricultura en el valle del Chira; la imagen fue llevada en hombros de sus fieles por las calles sobre barro. Se dice que desde entonces prosperó la agricultura. Una señora Castillo (el nombre no se consigna) dueña de la hacienda Somate, favorecida sin duda alguna por el Señor, mandó a construir una capilla en su honor, en el mismo lugar de Chocán, de la hacienda de Poechos. |
|